Durante mucho tiempo, el apéndice ha estado relegado a ser un órgano inservible, inútil y problemático. Pero un grupo de científicos internacionales parecen haberle encontrado finalmente una función.
Esta parte del cuerpo, que por décadas se ha creído que es inútil, ha sido extirpado en varias personas, pues es propenso a inflamarse, dando paso a la conocida apendicitis, una dolorosa afección.
El estudio realizado por investigadores de la Universidad de Midwestern de Arizona (Estados Unidos), del Centro Médico de la Universidad de Duke en Carolina del Norte, de la Universidad de Stellenbosch en Sudáfrica y el Museo Nacional de Historia Natural de Francia; determinó que en realidad este órgano sí tiene una función: ser un reservorio de bacterias intestinales beneficiosas.
Heather Smith, profesora asociada de la Facultad de medicina osteopática de Midwestern y una de las expertas que participó en el sondeo, analizó los intestinos y las características ambientales de 533 mamíferos diferentes para indagar en la evolución del apéndice.
Para ello seleccionó especies que sí tenían este órgano como primates, wombats o conejos, y otros que no lo tienen como perros y gatos.
Tras el sondeo, descubrieron que el apéndice evolucionó 30 veces por separado en diferentes especies, pero no desaparecía de un linaje evolutivo (secuencia de una misma especie en una línea directa de descendencia) una vez que aparecía. Esto sugiere que el órgano permanece por una razón, es decir, tiene un propósito adaptativo.
El estudio recogido por el diario británico Independent, señala que los animales con apéndice tienen una mayor concentración de tejido linfoide en el intestino, el cual conecta el intestino delgado con el grueso.
Según explica Smith, este tejido juega un papel importante en la inmunidad y puede estimular el crecimiento de algunos tipos de bacterias beneficiosas, que se pueden almacenar en el apéndice. De este modo, se cree que no se pierde todo cuando el organismo sufre de una infección intestinal que desencadena una diarrea severa, porque el apéndice tiene una reserva.
Smith afirma que, en este sentido, es probable que las personas a las que se les ha extirpado el apéndice “pueden tardar un poco más en recuperarse de la enfermedad, especialmente aquellas en las que las bacterias intestinales beneficiosas han sido expulsadas del cuerpo”. Pero tampoco hay que asustarse, “en general, las personas que se han sometido a una apendicectomía tienden a ser relativamente saludables y no tienen mayores efectos perjudiciales”, asegura la experta.
La idea de que el apéndice resguardaba las bacterias buenas, fue planteada por primera vez en un estudio de 2007, el cual hizo que Smith se preguntara si el órgano había evolucionado para cumplir esta función en humanos y otros mamíferos.
Para la investigadora, esta indagación en el apéndice ha proporcionado “otra línea de evidencia contra el exceso de sanitización y la higiene excesiva”. Según ella, debido a que este órgano está lleno de tejido inmune, una de las principales causas de apendicitis tiene que ver con una inmunidad poco desarrollada.
“La exposición a patógenos y agentes infecciosos, como bacterias y virus, es importante para los procesos normales de desarrollo del sistema inmune”, expresa. Sin esta exposición, afirma, el sistema inmunitario puede volverse hipersensible, una hipótesis que se usa regularmente para explicar enfermedades como el asma y las alergias.
“A medida que se desarrollan tratamientos para otros trastornos y respuestas autoinmunes, es posible que se desarrolle algo similar para tratar la apendicitis”, explica.
Cabe destacar que un apéndice promedio mide entre 5 y 10 centímetros de largo y alrededor de seis a ocho milímetros de diámetro.